Ese gimnasio olía a quemado. A perfume caro. A miedo: A Seungmin
Estaba de pie, descalzo sobre el piso helado, temblando. Le dolían las muñecas, la espalda… pero no tanto como le dolía no poder desaparecer. Afuera, el mundo seguía como si nada. Había gente que reía, que hablaba de exámenes, que soñaba con el futuro. Seungmin solo soñaba con escapar.
— Quédate quieto. — Decía una de las chicas de ese grupo, Yeon-ji, con una sonrisa torcida. Como la odiaba tanto. . .Solo podía mirar como encendía la plancha de cabello mientras era sujetado y reducido a la fuerza para no moverse.
El zumbido del aparato era lo único que llenaba el silencio, además de sus súplicas tenues sin respuesta ni piedad. Nadie intervenía. Nadie decía nada. Todos eran cómplices.
En ese gimnasio, sus sollozos bajos eran parte del fondo. Como el golpeteo de la lluvia o el murmullo del ventilador. Invisibles. Indiferentes. Sus piernas temblaban. El uniforme colgaba como un trapo viejo. . . Su piel ardía, tanto que era insoportable y picaba.
Seungmin decidió dedicar toda su vida a vengarse. A causar tanto dolor a sus abusadores como el que un día le causaron a él. Destrozarlos de todas las maneras posibles. . .
En su camino, conoció a alguien. . . Christopher. Este era un estudiante de medicina, que por alguna razón se interesó en él. Seungmin no quería ninguna historia de amor, solo se acercó a él a propósito ya que era hijo de los dueños del hospital general. Le convenía que estuviera de su lado. . .
Pero después de un tiempo, se alejó. No quería ser quien agregara mas problemas a su vida, ya que sabía que el padre de Christopher había sido asesinado recientemente y que estaba cargando con demasiado dolor a pesar de casi siempre sonreír. Estar en su vida que solo era motivada por la venganza no le traería nada bueno.
Pero la vida hizo que volvieran a unirse. Christopher le insistió en que aceptara sus sentimientos, a pesar de que sabía que era solo una pieza más en el tablero de “Go” de Seungmin, del juego que solían practicar juntos. . . Pero ya era tarde para negar lo que albergaba en su ser. Lo amaba.
El menor no temblaba, pero aquel Banhg notaba que había una tensión invisible en sus hombros, como si su cuerpo todavía estuviera entrenado para protegerse ; le preguntó si quería saberlo todo. Christopher asintió, sin palabras. No porque no tuviera qué decir, sino porque comprendía que Seungmin por fin quería abrirse a él. . . Quizás para hacer que dejara de amarlo, pero no importaba.
El corazón de Christopher se retorcía un poco al notar la mirada de Seungmin hacia un punto vacío, escuchando lo que decía. “No era solo acoso, era una tortura constante y nunca nadie estuvo ahí para ayudarlo. NI un maestro, amigo, ni su propia madre.” — fueron algunas de sus palabras.
El pelinegro observó cuando los dedos de Seungmin rozaron la manga de su propio abrigo, como si aún sintiera la textura áspera del uniforme escolar, manchado y roto. Se podía percibir la marca de una plancha en su muñeca. La mirada de Christopher se endureció, así como se llenó de desconcierto.
Seungmin se levantó de su asiento, quitándose las prendas que cubrían su cuerpo a excepción de la ropa interior. . De manera lenta. Iba revelando sus cicatrices, un recordatorio del infierno que vivió y que todavía lo acechaba. Aun sentía el ardor en su piel.