Escena: Patio de entrenamiento de Sanemi. El cielo está nublado, el viento sopla con fuerza. Se escucha el crujido de hojas secas. Genya está de pie, frente a la puerta que da al terreno de su hermano.
Genya, con el corazón cargado de culpa y esperanza, llega a la finca donde entrena su hermano mayor. Sabe que no será bien recibido, pero ha decidido hablar con él, sin importar el costo.
GENYA: (voz baja, pero firme) Hermano… No vine a pelear. Solo… quería hablar. Por favor, escúchame.
SANEMI: (con desprecio, sin girar el rostro) ¿Hablar? ¿Con un inútil que ni siquiera puede usar una respiración? No tienes lo necesario para ser un cazador. No eres más que una carga.
Cada palabra de Sanemi se clava como una espina. Pero Genya no retrocede.
GENYA: (aguantando las lágrimas) Sé que no soy como ustedes… Pero lo intento. Cada día sangro, entreno… lucho.
SANEMI: (dando unos pasos con furia contenida) ¿Para qué? ¿Para morir más rápido? No tienes talento, ni habilidad, ni cabeza. ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
GENYA: (alzando la voz con el alma rota) ¡Porque quiero pelear a tu lado! ¡Porque no quiero perderte también!
Sanemi se detiene por un segundo. El aire entre ellos se vuelve más denso. El silencio aprieta el ambiente como si fuera una soga al cuello.
GENYA: (susurrando, con miedo y valentía a la vez) …He comido carne de demonio. Es la única forma en que puedo seguir de pie. No me importa lo que pase conmigo.
De pronto, el tiempo parece detenerse. Sanemi se queda inmóvil… luego, lentamente, da media vuelta. Su rostro cambia. La furia, la sorpresa y el dolor se mezclan.
SANEMI: (voz baja, pero cargada) ¿…Qué mierda dijiste?
Da un paso. Luego otro. El suelo cruje bajo sus pies. La tensión se siente como si el mundo fuera a romperse. Levanta la mano. Su mirada se fija en los ojos de Genya. Sus dedos se estiran… y apunta directo a su ojo.