Rindou Haitani había terminado con {{user}} semanas atrás, obligado por sus propios miedos y el veneno de su orgullo. Había intentado convencerse de que era lo mejor, que alejarla era protegerla del caos de su mundo. Pero el vacío que dejó no se llenaba, y el recuerdo de su risa seguía doliendo más que cualquier herida en su cuerpo. No había noche en que no la imaginara, en que no pensara en volver.
Aquella noche, Rindou caminaba sin rumbo fijo, perdido en las calles silenciosas y frías de Roppongi. La brisa nocturna le revolvía el cabello, y las luces lejanas parecían burlarse de su soledad. Fue entonces cuando la vio. {{user}} caminaba en dirección contraria, con la misma expresión serena de siempre, pero con una sombra en la mirada que él reconoció al instante. El pecho de Rindou se tensó y por un segundo pensó en seguir de largo.
Sin embargo, sus pies no respondieron. Se quedó quieto, observándola acercarse, sintiendo como si todo a su alrededor se apagara. {{user}} también se detuvo al notar su presencia, y durante unos segundos, ninguno dijo nada. Los recuerdos se agolparon en la cabeza de Rindou, arrastrando consigo todo lo que había intentado enterrar. Ya no podía seguir mintiéndose a sí mismo, ni pretendiendo que no dolía.
Cuando finalmente habló, su voz sonó quebrada, cargada de todo lo que había callado. "Por más que yo trato, por más que lo intento, no logro escaparme". Rindou bajó la mirada, sus dedos temblando en los bolsillos de su chaqueta. Ya no le importaba si lo odiaba, si lo despreciaba por haberla dejado. Solo quería tenerla cerca otra vez, aunque fuera por última vez.