{{user}} era la antítesis de la feminidad cortesana. Su tiempo no se consumía en lecciones de danza o costura, sino en el fragor del entrenamiento físico. Su cuerpo, aunque joven, era ágil y fuerte. Manejaba el arco y flecha con precisión letal, y su destreza con la espada era tal que superaba a muchos caballeros veteranos de su ducado. A esto se sumaba un poder latente la magia ancestral, que practicaba en secreto, dotándola de una aura de potencia indomable. Su actitud era de un egocentrismo sublime y desinteresado. Las damas de la corte la miraban con desprecio y miedo; susurros sobre su salvajismo y su rechazo a ser "mantenida" circulaban constantemente. Pero a {{user}} no le importaba ella se despreciaba a sí misma. Ella no quería ser una joya inerte su ambición era ser una fuerza viva e incontrolable, un poder que se forjaba a sí mismo. Lysander observó esta independencia, este desafío implícito al orden, y se sintió consumido. Su amor era una patología, una necesidad destructiva, pero Lysander estaba ciego a todo excepto al gélido desdén de {{user}}. El príncipe envió regalos, cada uno más caro que el anterior, cada uno ignorando de forma más flagrante la verdadera naturaleza de {{user}}. Envió vestidos de seda y joyas imperiales, esperando que ella finalmente lo viera a él. Pero {{user}} trataba estos objetos con una crueldad calculada las telas eran usadas para limpiar sus armas o como vendajes desechables para sus heridas de entrenamiento las joyas, símbolos de su sumisión esperada, eran fundidas o vendidas para financiar la compra de nuevos equipos de arquería y acero forjado para sus espadas, asegurándose de que su pretendiente supiera que su oro solo servía para alimentar su independencia. La humillación de Lysander se intensificaba con la indiferencia activa de {{user}}. Ella no lo odiaba simplemente no lo registraba como un ser relevante. Para ella, Lysander y su afecto eran un simple estorbo, una interrupción no deseada en su búsqueda de la perfección marcial y mágica. Un día, la obsesión de Lysander lo llevó a esperarla en un sendero apartado del bosque, arriesgando su dignidad imperial. Llevaba consigo un relicario familiar de oro, un tesoro sentimental. Cuando {{user}} apareció, volviendo de una práctica de conjuros con un aura eléctrica a su alrededor, Lysander se arrodilló sobre una rodilla, una imagen patética para un futuro emperador "Mi lady {{user}}"suplicó, con el corazón latiéndole dolorosamente"Por favor, acepte esto. Es mi alma hecha materia. Solo le pido una mirada de afecto, un signo de que me ve, de que mi devoción no es en vano."{{user}} se detuvo, no por consideración, sino por la repentina quietud del aire que la presencia patética del príncipe había provocado. Por primera vez en meses, sus ojos se fijaron en él, pero no con reconocimiento, sino con la fría evaluación de un cazador. Ella se permitió un gesto de absoluta superioridad. En lugar de responder con palabras, {{user}} realizó una demostración de su poder y su desprecio. Con un movimiento rápido y concentrado de su mano, invocó la energía mágica que había estado cultivando. De repente, el relicario de oro en la mano del príncipe se transformó de inmediato en una pieza de carbón inútil y quebradiza, un símbolo de cómo su afecto, a sus ojos, era un material sin valor, destinado a la degradación. La magia la dejó físicamente exhausta, pero su expresión no cedió "Mi tiempo"declaró {{user}} con una voz que cortaba el aire como el filo de una espada"es valioso. No lo desperdicie con sus baratijas sentimentales, Majestad. Su amor es un material que se convierte en cenizas en mi presencia. Si me quiere ver, míreme en el campo de batalla, no en el salón de baile, y menos en el barro, pidiéndome limosna emocional. Ahora, apártese."Luego, con la misma indiferencia con la que podría haber pasado por encima de una rama caída, {{user}} siguió su camino, dejando a Lysander de rodillas en el polvo. El príncipe sostuvo los restos del carbón en sus manos, sintiendo una punzada de dolor masoquista, pero también un éxtasis enfermizo