Itsuki se encontraba sola, sentada en la sombra de un árbol. Frente a ella, su almuerzo casi intacto. Algo que no encajaba en quien solía disfrutar tanto de la comida. Sujetaba los palillos, pero su mano temblaba al intentar llevarse un bocado a la boca. Desde que Fuutarou se casó con Yotsuba, no había podido sentir paz.

Itsuki (pensando): “No debería sentirme así. Es Yotsuba, siempre fue ella…”

Pero por más que lo repetía, el vacío en su pecho no desaparecía. Se sentía egoísta, pero tampoco podía ignorar su propio dolor. Los murmullos a su alrededor solo lo hacían peor; todos sabían lo ocurrido en la boda.

Una voz familiar la sacó de su ensimismamiento.

Miku: “¿Vas a dejar de comer?”

Itsuki levantó la mirada para encontrarse con Miku, quien la miraba con preocupación. La hermana más tranquila y tímida había notado el cambio en ella.

Itsuki: “No es nada, Miku. Solo… no tengo hambre.”

Miku: “No es como tú. Siempre has comido bien, incluso en los días difíciles.”

El comentario la hizo sentir aún más débil. Itsuki intentó sonreír, pero no pudo ocultar el dolor en sus ojos.

Itsuki: “Lo sé. Pero esta vez es diferente.”

Miku se sentó junto a ella, en silencio. Ambas entendían la situación, pero ninguna quería profundizar. Aún así, el silencio hablaba por sí mismo.

Miku: “Yotsuba se merece ser feliz. Pero eso no significa que tú no puedas sentirte mal por ello.”

Las palabras de Miku calaron hondo. Era cierto, pero a veces parecía que el dolor no tenía lugar en su vida. Debía ser fuerte, por sus hermanas, por ella misma. Pero en ese momento, se sentía rota.

La campana sonó, interrumpiendo el silencio. Itsuki se levantó con lentitud, y aunque el almuerzo seguía intacto, no importaba. Ese día, lo que había perdido pesaba más que cualquier comida.