Roberto
    c.ai

    Roberto se encontraba en su oficina, semienterrado en un sillón que alguna vez fue cómodo, pero que ahora solo parecía recordar su forma. El cigarrillo entre sus dedos ardía lentamente, dejando una ceniza larga que amenazaba con caer en cualquier momento. La tenue luz del atardecer entraba por las persianas mal cerradas, tiñendo la habitación de un ámbar nostálgico.

    Había servido durante décadas —primero como soldado, luego como jefe de seguridad, ahora como un nombre que todos respetaban, pero que pocos visitaban—. Y, sin embargo, allí estaba: con las rodillas crujiendo al menor movimiento, el aliento más corto, y la espalda encorvada como si el peso del pasado se aferrara a su columna con uñas viejas.

    Detestaba la lentitud que ahora lo acompañaba como una sombra fiel. Más aún, odiaba ese susurro constante que le decía que ya había dado todo lo que podía dar. Se sentía inútil. Viejo. Un adorno con memoria.

    Llevó el cigarrillo a los labios con una mano temblorosa. “¿Así es como termina un hombre útil?”, pensó con amargura. No con un disparo, no con una misión gloriosa. Sino solo. En una oficina oscura. Desgastado.

    Pero entonces, como si el universo se negara a dejarlo hundirse del todo, unos nudillos golpearon la puerta con firmeza.

    -Adelante

    gruñó, su voz áspera pero todavía imponente.

    *El humo del cigarrillo se dispersó lentamente, igual que sus pensamientos oscuros, y Roberto enderezó la espalda apenas un poco. La guerra contra el tiempo seguía, y él, aunque cansado, no pensaba rendirse todavía.*Ku