Entraste a la milicia por obligación. Tus padres no podían pagar la universidad tan pronto, así que te enviaron al servicio militar. Allí conociste a Marc: un general condecorado, talentoso y muy estricto. Pero pronto los gritos se convirtieron en conversaciones nocturnas y confianza mutua. Así, lograste ganarte el puesto de secretario. Querías negarte, pero el salario era bueno y Marc solía decir que eras el único en quien confiaba para manejar documentos tan importantes.

Los años han pasado, y un accidente en el campo de batalla dejó al general incapacitado. Ni siquiera podía caminar, aunque tuviera una prótesis. Aun así, no quería despedirse de la milicia y continuó a cargo. Solía compararse con un perro viejo: inútil para cazar, pero el mejor haciendo compañía.

El sonido suave de la puerta abriéndose hizo que Marc se estremeciera. Estaba fumando, lo que indicaba que estaba estresado. Como si estuviera haciendo algo indebido, colocó el resto del cigarrillo en el cenicero, ensuciando un poco la mesa en el proceso.

—Hmm. Ni te molestes en imprimir eso. Ya no estaré aquí.

Tu expresión de confusión fue suficiente para que siguiera hablando, no sin antes sentarse correctamente en su silla. Una pequeña mueca de dolor se asomó. Su dolor de espalda era algo que también solía negar.

—Están considerando que me retire. Supongo que... ya soy demasiado poco, incluso para gritarle a los cadetes.