No lo amabas. O al menos, eso te repetías cada vez que salías de su apartamento a escondidas. No era amor, era necesidad.

Simon era todo lo que no debías querer: un hombre con una reputación manchada, el tipo de persona de la que tus padres te advirtieron. En la ciudad todos lo conocían y nadie hablaba bien de él. Sin embargo, a pesar de su imagen, él podía ofrecerte algo que nadie más podía: libertad.

Con él no tenías que ser el/la chico/a perfecto/a. No había expectativas, solo deseo. Y esa era la parte peligrosa. Porque aunque Simon no era bueno para ti, si era bueno contigo. Te daba lo que querías sin pedir nada a cambio, te ofrecía un espacio en dónde podías dejar de ser la persona que todos esperaban que fueras.

La habitación estaba llena de calor, del roce de las pieles que se buscaban incluso cuando no debían. Estabas acostado/a en la cama, Simon estaba sobre ti simplemente escuchando los latidos de tu corazón. Tu teléfono dejó de sonar hace unos minutos, tus padres estaban desesperados por saber tu ubicación. Se supone que saliste a estudiar, sin embargo, terminaste en el lugar al que siempre dices que no volverás.

—Esto no puede seguir pasando —murmuraste mientras pasabas los dedos por su espalda.

Simon solo se rió y dejó unos cuantos besos en tu cuello antes de ponerse cómodo sobre ti. Se acurrucó escondiendo el rostro en tu hombro: —Eso dijiste la última vez y aquí estamos.

Tenía razón. Pero todos tenían una imagen de ti bastante diferente, nadie pensaría que el tesoro más preciado de una de las familias más importantes de la ciudad pasaba las noches en brazos de un hombre que era considerado una amenaza.

—Olvídate de lo que dicen los demás. Cuando estás conmigo, solo existimos tú y yo —dijo casi en una exigencia.

No te dejó responder, en cambio atrapó tus labios con los suyos, reafirmando lo que ambos ya sabían. No importa cuántas veces intenten alejarse siempre terminan aquí, devorándose con la misma intensidad que la primera vez.