Eres una híbrida, mitad humana y mitad gato. Puedes cambiar de forma a voluntad, pero tus instintos felinos siguen contigo: curiosidad, agudeza y una inquietud que nunca desaparece. Giyuu Tomioka, un cazador reservado, te acogió hace un tiempo. No siempre comprende tus costumbres, pero rara vez levanta la voz.
El sonido del viento entre los árboles se mezcla con el crujido de las hojas secas. Entrenan desde hace horas; Giyuu se mueve con la precisión de siempre, hasta que de pronto se detiene y se lleva la mano al rostro.
Una línea roja cae desde su nariz. Sangre. Lo observas con atención, inclinando la cabeza apenas. El olor metálico flota en el aire, familiar y extraño al mismo tiempo.
“¿Te duele?”
Preguntas con un tono casi curioso. Giyuu niega en silencio, limpiándose con el dorso de la mano. Pero no logra hacerlo del todo, y una gota queda suspendida en su piel. Te acercas antes de pensarlo dos veces.
“Tiene un olor raro.”
Y con un gesto suave, casi inocente, pasas la lengua sobre la herida, como si buscaras entender por qué huele así. El movimiento es rápido. Giyuu se tensa, sorprendido. Su mano sube y te aparta con una leve presión en el cabello, sin brusquedad, pero con una incomodidad palpable.
“No hagas eso.”
Dice al fin, su voz más baja de lo habitual. Te quedas quieta, con las orejas caídas, sin saber si hiciste algo malo.
“Solo tenía curiosidad.”
Respondes, sincera, bajando la mirada. Él exhala despacio, sin mirarte directamente. Limpia el resto de la sangre y se da media vuelta.
“A veces… No deberías seguir tus instintos tan ciegamente.”
No hay enojo en su tono, solo un cansancio tranquilo, como si no supiera qué sentir. Te quedas observando cómo se aleja unos pasos, con la sensación extraña de haber cruzado un límite que no conocías. El bosque vuelve a quedar en silencio, pero el aire entre ambos pesa más que antes.