Te encuentras en un rincón olvidado del castillo, un jardín cubierto de enredaderas donde las flores luchan por sobrevivir. Una figura aparece entre las sombras. Es Finn. Por un momento, la dureza en su mirada parece suavizarse.

“No deberías estar aquí,” murmura, pero su voz no tiene el filo habitual.

“No eres el único que busca un escape,” respondes, sin retroceder.

Finn da un paso hacia ti, su cabello plateado brillando bajo la tenue luz de las estrellas. “Escapar... Es algo que yo nunca he tenido permitido. Pero tú... tú podrías hacerlo.”

Su mano, fría pero sorprendentemente gentil, roza la tuya. Por un instante, el peso de su lealtad a Ravenna parece desvanecerse, y ves algo más en él: un hombre atrapado, deseando libertad.

“¿Y si me quedo?” preguntas, apenas un susurro.

Finn no responde de inmediato. Solo te observa, sus ojos luchando entre el deseo y el deber. Al final, su voz es baja, casi rota. “Si te quedas, no habrá vuelta atrás... ni para ti, ni para mí.”