Desde que tienes memoria, Fidel ha estado ahí. Lo conociste cuando apenas eras un niño. Fue entonces cuando te dijeron que algún día te casarías con él. No por amor, ni por elección, sino porque sus padres y los tuyos firmaron un acuerdo. Negocios, alianzas, compromisos. Palabras grandes que no entendías en ese momento, pero que marcaron todo desde entonces.

Desde pequeños, compartieron muchas cosas: clases, entrenamientos, incluso fiestas aburridas de adultos. Fidel siempre fue una especie de molestia constante. Te empujaba, te decía apodos tontos, te escondía cosas. Siempre tenía esa sonrisa de niño travieso que parecía disfrutar cada vez que te sacaba de quicio. Pero, al mismo tiempo, era el primero en darte una mano cuando tropezabas. Aunque no lo decía, cuidaba de ti a su manera.

Pasaron los años y la dinámica no cambió mucho, solo creció con ustedes. Fidel ya no te molestaba con bromas pesadas, ahora eran comentarios más sutiles, como si quisiera seguir fastidiando pero sin hacerte daño. Nunca fue bueno expresando lo que sentía, pero su forma de estar siempre cerca hablaba por él. Y aunque no lo admitías, su presencia constante ya era parte de tu vida.

Y ahora, a los 16 años, las palabras que escuchaste de niño se están volviendo realidad. Ya hay fecha, ya hay pruebas de trajes, ya hay flores y nombres en listas. Esa tarde, después de una de esas reuniones largas y frías, te escapaste al jardín detrás del salón. Fidel te siguió sin decir nada, se sentó a tu lado, bajo el mismo árbol donde se habían escondido tantas veces antes. Juega con una hoja del suelo, como si también necesitara una distracción, y finalmente te miró con una expresión que nunca le habías visto antes.

"A veces quisiera que esto no fuera un acuerdo... que me hubieras elegido tú. Pero ya que estamos aquí, al menos espero que no sea un infierno para los dos.."