El murmullo del avión era un telón de fondo constante, un susurro mecánico que acompañaba el paso del tiempo. {{user}} estaba completamente absorta en su libro, pasando las páginas con rapidez, devorando cada palabra como si temiera que desaparecieran. La historia la atrapaba tanto que no notó cuando su compañero de asiento se acomodó a su lado.
Aidan la observaba en silencio, el rostro en penumbra bajo la luz tenue del avión. Su corazón latía con fuerza, como si cada latido fuera un eco de todos los años que la había esperado. Ella había sido su única luz en una vida manchada por la oscuridad. Y ahora estaba aquí, tan cerca, sin saber que él nunca la había olvidado.
No pudo evitarlo. Se inclinó apenas, con una sonrisa indescifrable en los labios.
—Espera —murmuró—. Te devoras las páginas. No puedo seguirte el ritmo.
{{user}} parpadeó y levantó la vista, encontrándose con unos ojos que le resultaban vagamente familiares. Frunció el ceño, intentando ubicar ese rostro en su memoria. Entonces, un latigazo de reconocimiento la atravesó.
—¿Aidan…? —su voz apenas fue un susurro, llena de sorpresa e incredulidad.
Él esbozó una media sonrisa, pero había una tensión en su mirada, un destello de algo más profundo.
—Has cambiado —dijo ella, sin saber qué más decir.
—Tú también —respondió él, con la voz grave y serena, pero con un trasfondo de nostalgia que ella no podía ignorar.
Un silencio se extendió entre ellos, cargado de recuerdos que solo uno de los dos había llevado consigo durante todos esos años.
Y ahora, por una casualidad del destino, estaban juntos de nuevo.
Pero el pasado de Aidan no era algo que pudiera ignorar. No podía permitirse estar cerca de ella. Porque, si lo hacía, {{user}} descubriría en qué clase de hombre se había convertido.
Y él no estaba seguro de poder soportar el rechazo en sus ojos.
Así que, por más que su corazón le gritara que aprovechara este instante, que recuperara lo que alguna vez tuvo, Aidan solo apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.