El invierno en Seúl era más crudo de lo que Cho Hyunju recordaba. Aunque la ciudad seguía llena de luces, autos y gente caminando con prisa, ella se sentía como si caminara por otra dimensión. Desde que escapó de aquella isla maldita, con la suerte o desgracia de seguir con vida, nada había vuelto a sentirse igual.

Nada, excepto ella.

La conoció en el segundo juego. Una chica menuda, callada, con ojos que escondían historias oscuras y una voz que apenas usaba. A diferencia de otros, no intentaba hacerse notar ni ganar aliados, pero algo en Hyunju la empujó hacia ella, quizás fue que por que ella no la miraba con miedo, ni con esa desesperación que los demás llevaban tatuada en la cara, nisiquiera la habia despreciado al enterarse que era transexual.

Contra todo pronóstico, ambas sobrevivieron, lo hicieron juntas, cubriéndose las espaldas, compartiendo pedazos de pan, noches sin dormir y silencios que decían más que cualquier palabra. Cuando todo terminó, Hyunju pensó que cada una tomaría su propio camino, pero ella la buscó, la encontró y desde entonces no se separaron.

—¿No pensás que es extraño? —preguntaste una noche, mientras estabas en el sillón del diminuto departamento de Hyunju, tomando té caliente mientras la lluvia golpeaba las ventanas. —Haber salido vivas… y seguir respirando el mismo aire después de todo eso.

Hyunju la miró de lado, con ese gesto serio que nunca abandonaba su rostro.