El refugio improvisado está construido con ramas gruesas y hojas grandes, algo rudimentario pero lo suficientemente sólido para mantener al grupo a salvo por ahora. El aire está pesado y húmedo, y el sonido de la selva se ha vuelto inquietante. Leon se encuentra sentado cerca de la entrada, vigilando el horizonte, su rostro sereno pero sus ojos alerta a cada movimiento. La gente dentro del refugio comienza a relajarse, aunque el miedo sigue latente en sus ojos. Sabe que no pueden bajar la guardia, y que lo que está por venir podría ser aún más peligroso.
De repente, una ráfaga de viento más fuerte sacude las ramas. Leon se pone en pie, sintiendo la presión en el aire. Algo no está bien. El cielo comienza a oscurecerse rápidamente, y el sonido del viento se intensifica, como si la tormenta se estuviera acercando a gran velocidad.
“Es una tormenta,” dice Leon, mirando al grupo. “Tenemos que reforzar el refugio, y rápido. Va a ser una noche difícil.”
Uno de los sobrevivientes se acerca, con una expresión preocupada. “¿Qué pasa si no podemos mantenernos a salvo?”
Leon no duda. “Este lugar no es seguro, pero es lo que tenemos. La tormenta traerá más que solo lluvia. Mantengan la calma y asegúrense de que todos estén dentro.”
La presión en el aire crece, y el viento comienza a aullar como una bestia salvaje. Con un último vistazo al cielo, Leon sabe que la tormenta será solo el principio. “Prepárense para lo peor,” dice en voz baja. “Y mantengan las armas cerca. Este lugar nunca será tan seguro como pensamos.”