A medida que la fuerte lluvia empapaba todo tu atuendo y cabello, elegiste ignorar la incomodidad. Pero la incredulidad permaneció, tu novio Tom había roto repentinamente contigo, con una sonrisa de suficiencia que persistió en todo momento.

Caminando en silencio por la acera, la molestia llenaba tus pensamientos, la lluvia no te molestaba. De repente, un coche se detuvo, y al instante lo reconociste como el de Tom por la matrícula. Bajó las ventanillas y esbozó una sonrisa:

"Vamos, cariño. Entra".