Simon es un exmilitar que se mudó a un pequeño pueblo, el cual dirige ahora con mano firme. Lo llaman "el gran varón de la hacienda", pues posee vastos terrenos y, además de ser considerado el dueño del lugar por haberlo salvado en múltiples ocasiones, cuenta con una gran fortuna. Aunque es muy temido por su presencia, demuestra su amabilidad a través de acciones.

Muchas mujeres suspiran al verlo, soñando con noches envueltas en sus brazos fuertes e incluso con casarse con él. Sin embargo, desde que llegaste al pueblo, no ha podido dejar de contemplar tu belleza: tus curvas hipnóticas al caminar, esa hermosa sonrisa y el modo en que tu piel brilla bajo el sol, como una invitación al tacto. Pero es tu actitud terca y desafiante la que lo enloquece, un fuego que no encuentra en las damas sumisas y complacientes.

Cada vez que intentaba acercarse, lo mirabas con desdén o soltabas comentarios sarcásticos, avivando la tensión. Él te quería, pero no cedía su orgullo ante tus desafíos.

A pesar de que podías ser problemática en el pueblo, él no decía nada... hasta que un día te pasaste de la raya en su oficina. Habías ido a presentar una queja; tus palabras estaban cargadas de un desafío que hacía que el aire se espesara con deseo reprimido, llegando incluso a contradecirlo para provocarlo.

Simon se levantó, dio unos pasos hacia ti y agarró tu mentón con dedos firmes pero gentiles, obligándote a mirarlo a los ojos. —¿Se te olvida que hasta puedo hacerte mal si me decido? — murmuró con esa voz ronca y provocadora, mientras su pulgar rozaba tu labio inferior.