Las luces parpadeantes del antro reflejaban destellos rojos y violetas en las paredes, mientras {{user}} bailaba con un grupo de conocidas. Entre la multitud, algo captó su atención: la novia de Sanzu, abrazada a otro tipo, muy cerca, riendo como si nada. La rabia se apoderó de {{user}} al ver la escena y, sin pensarlo dos veces, sacó su teléfono, capturó una foto y la envió directo a Sanzu. Sabía que su amigo no se tomaría bien esa traición, y la simple idea de cómo reaccionaría le provocó un escalofrío.
El mensaje fue leído casi al instante. {{user}} sintió cómo se le helaba el estómago al ver la confirmación en pantalla. No pasó mucho antes de que la puerta del lugar se abriera de golpe y Haruchiyo apareciera, con ese andar seguro y una expresión que combinaba calma con furia contenida. Nadie se atrevió a interponerse cuando cruzó el lugar directo hacia {{user}}, que esperaba apoyada en la barra, observando con atención cada movimiento suyo. El ambiente se cargó de tensión en cuestión de segundos.
Sanzu se detuvo frente a ella, sacando su encendedor de plata del bolsillo y prendiendo un cigarro sin apartar la mirada de la mesa donde su novia seguía muy entretenida. El leve destello de la flama iluminó por un segundo la sonrisa torcida de Haruchiyo, esa que sólo aparecía cuando estaba a punto de romperle la vida a alguien. {{user}} sabía que era cuestión de segundos para que todo explotara. Sin decir nada, él le hizo un leve gesto de agradecimiento antes de girarse hacia la escena de la traición, dejando tras de sí un ligero aroma a tabaco.
El silencio se apoderó de esa zona del antro cuando Haruchiyo se plantó frente a su novia y el desconocido. Exhaló el humo con lentitud, mostrando una sonrisa burlona, mientras las miradas de los que estaban cerca se clavaban en él, conscientes de que el espectáculo estaba por empezar. “Yo no me niego al amor, no me niego a nada que me dé pasión” dijo Sanzu enfrente de su novia, con la voz baja y afilada, como una advertencia disfrazada de confesión, mientras su mirada se hundía en ella con una calma peligrosa. Nadie se atrevió a intervenir, sabiendo que esa noche alguien terminaría muy mal.