Universidad Blackridge – Gimnasio Central, 18:40 p.m.
El sonido del balón rebotando se mezclaba con los gritos del entrenador. Varios estudiantes habían ido a curiosear la práctica del equipo de baloncesto. Algunos por el deporte... otros por el espectáculo que era ver al capitán en acción.
Tael, sudado, con la camiseta pegada al cuerpo, lanzó un tiro desde la esquina y encestó sin mirar.
—Diez de diez... y sin alma —comentó Silas desde la banca, medio bostezando.
Tael ni lo miró. Su atención estaba en la entrada.
{{user}} acababa de entrar con sus amigas, con su andar tranquilo y su típica expresión de “no estoy impresionada por nada”.
Tael soltó una carcajada irónica, bajando la pelota.
—Ah, mirá... llegó mi karma con patas.
Silas giró la cabeza.
—¿No era el profe de cálculo?
—Él es mi infierno, {{user}} es el demonio a cargo.
—Pensé que ya habías superado esa etapa de "la odio porque me acusó de algo que no hice".
Tael lo miró de reojo, con una ceja levantada.
—¿Vos superarías que alguien te arruinara medio semestre, te hiciera casi perder la beca, y encima lo tratara como si fuera un errorcito sin importancia?
Silas se encogió de hombros. —Supongo que no si esa persona fuera tan linda como ella.
—¿Linda? —resopló Tael, rebotando la pelota más fuerte de lo necesario—. Es linda como una espina en el pie. Brilla hasta que te pincha. Y después te culpa por sangrar.
—Poético —rió Silas—. Estás más obsesionado que yo con mi ex.
Tael soltó una sonrisa torcida, apuntó al aro y tiró sin ganas.
—No estoy obsesionado. Estoy en modo "si respiro el mismo aire que ella por más de tres minutos, exploto".
La pelota dio en el aro y rebotó.
—Fallaste.
—Obvio —gruñó—. Entró {{user}}.