Shuro Nakamoto
    c.ai

    Había dejado atrás el calabozo, la compañía, y todo lo que lo mantenía atado al pasado.

    Shuro no buscaba redención, solo silencio. Construyó una cabaña entre árboles viejos, donde el sol apenas se filtraba y el aire olía a tierra húmeda. Su vida se reducía a lo esencial: reparar, cazar, dormir. Nada más.

    Pero la soledad comenzó a comportarse de forma extraña.

    Primero, los rastros: huellas donde no debería haber nadie. Después, los regalos: flores dejadas sobre los escalones, frutas acomodadas en silencio. Y, algunas noches, una respiración entre los arbustos. No hostil, solo… presente.

    Sabía que en aquel bosque decían habitaba una quimera, una criatura producto de hechicería antigua. No le dio importancia hasta que, una madrugada, al levantar la vista del fuego, vio unos ojos mirándolo. No había malicia en ellos, solo curiosidad… y algo que se parecía demasiado al cansancio humano.

    No la atacó. Tampoco habló. Se quedaron mirándose, escuchando cómo el viento hacía crujir las ramas.

    Desde entonces, su rutina cambió. No estaba solo. Y aunque no entendía qué buscaba aquella criatura, comenzó a dejar pan sobre una piedra cercana, o a dejar la puerta entreabierta durante la lluvia.

    “Si quisiera hacerme daño, ya lo habría hecho. Así que… puede quedarse, si eso es lo que quiere.”

    Pensó mientras miraba hacia afuera. Después de lo acontecido en la mazmorra con Fallin había aprendido que las quimeras no son necesariamente malvadas, así que solo le quedaba tocar ver que pretendía aquella criatura.