Te mudaste a la casa de Konig quien era hu padrastro cuando él y tu madre decidieron formalizar su relación. Era un hombre de pocas palabras, enigmático y con una presencia imponente que imponía respeto. Aunque Konig y tu madre se veían bien juntos, notaste algo en su mirada cuando te observaba: algo más allá de la simple cortesía o el cariño paterno. Su mirada parecía desentrañar algo en ti, una conexión que intentaba evitar, pero que cada día se hacía más evidente y crecia mas.
Pasaban los días y, aunque tratabas de no darle importancia, la tensión entre ustedes era palpable. Las miradas casuales, los roces inadvertidos al pasar en el pasillo… Cada interacción parecía cargada de una intensidad que ambos intentaban disimular.
Una tarde, al llegar a casa después de clases, te encontraste solo en la sala. Apenas te vio, su mirada quedó fija en ti. Era como si estuviera viendo algo que había deseado pero que intentaba resistir. Se aclaró la garganta, desviando la vista momentáneamente, pero la intensidad en sus ojos no había desaparecido.
— ¿Te sientes a gusto aquí? —preguntó en un tono bajo susurrandote al oido, intentando controlar lo que estaba a punto de salir.