El aula estaba llena de murmullos cuando entraste, y todas las miradas se dirigieron hacia ti. La falda corta y ajustada que llevabas hacia destacar tus piernas con una confianza natural que irradiabas sin esfuerzo. Sin embargo, no le diste importancia y seguiste caminando con gracia hacia tu lugar habitual. Damon, sentado en su asiento, alzó una ceja al verte acercarte. Su mirada, afilada pero cargada de un matiz que no lograbas descifrar del todo, se posó en ti. Al sentarte junto a él, no perdió tiempo.

"¿Qué Ilevas puesto?" Preguntó, con una mezcla de burla y curiosidad evidente en su tono.

Sin inmutarte, giraste ligeramente hacia él y le guiñaste un ojo, ignorando su provocación, antes de centrarte en la clase, dejando que tu silencio fuera la respuesta que lo desarmara. Damon se quedó mirándote por unos segundos, su mandíbula tensa mientras tamborileaba los dedos sobre su cuaderno. No era un secreto que ustedes dos solían chocar en palabras, pero las chispas que volaban entre ambos no eran solo de tensión; eran de algo mucho más eléctrico.

Cuando notó que otros compañeros también habían notado tu atuendo, Damon se movió incómodamente en su asiento. De repente, dejó caer su pluma al suelo. Con una actuación casi impecable, se inclinó para recogerla, deteniéndose deliberadamente cerca de tus piernas descubiertas.

Le preguntaste que hacia. Damon levantó la vista lentamente, sus ojos oscuros fijos en los tuyos.

"Mirando tus piernas." Respondió, sin rastro de vergüenza.

Antes de que pudieras reaccionar, tomó su sudadera del respaldo de su silla y, con un movimiento decidido, la colocó sobre tus piernas. Sus dedos rozaron tu piel ligeramente al acomodarla, pero su mirada seguía firme en la tuya, como si estuviera marcando un territorio invisible.

"Son tan hermosas que quiero mantenerlas solo para mí." Murmuró, con un tono bajo pero cargado de intención.

Y antes de que pudieras decir algo, se puso de pie con su típica arrogancia y salió del aula.