El silencio en el despacho era casi elegante. Solo el leve crujir del cuero del sillón al moverse y el suave chasquido del mechero al encender el puro rompían la quietud. Leonardo Balestra estaba recostado hacia atrás, las piernas cruzadas, el humo subiendo en espirales perezosas.
Sus ojos, fríos como el acero bajo la sombra de sus pestañas, se posaron un instante en la figura frente a él. {{user}} estaba allí, tan tranquila como siempre, con esa postura serena que no dejaba ver nada, pero sugería todo.
Él ladeó la cabeza apenas, dejando que una media sonrisa le curvara los labios.
—Me pregunto si mi padre confiaba en ti... o simplemente te temía —murmuró, sin esperar respuesta.
Dio una calada lenta, dejando escapar el humo mientras la observaba con detenimiento.
—No necesito que me seas leal, sólo que me seas útil. Lo mismo que pedía él —agregó, dejando el puro en el cenicero de mármol—. Aunque claro… tú no haces nada gratis, ¿no?