La música resonaba en las paredes de la casa, y las luces parpadeantes coloreaban el ambiente festivo. {{user}} había asistido al cumpleaños de su amiga Camille, con quien se suponía que compartiría una noche memorable. Sin embargo, el destino tenía otros planes.
Mientras se dirigía al bar para buscar otra bebida, algo la detuvo: la figura de Adrien, su novio, acorralando a Camille en un rincón oscuro. Sus labios estaban juntos, como si el mundo no existiera a su alrededor. {{user}} sintió un nudo en el estómago, un dolor que no podía describir. Sin decir una palabra, salió corriendo de la casa, las lágrimas cayendo sin control por sus mejillas.
En la entrada, chocó accidentalmente con alguien. Era alto, de hombros anchos, y su presencia imponía, incluso en la penumbra. Su camisa blanca estaba perfectamente planchada y el reloj en su muñeca brillaba bajo la tenue luz. Cuando sus ojos se encontraron, supo quién era.
“¿Por qué estás llorando?” preguntó Bastian, la voz grave pero teñida de preocupación.
Ella, sorprendida de que él la hubiera detenido, no pudo contenerse. Entre sollozos, le explicó lo que había visto: cómo su novio, Adrien, y su mejor amiga habían traicionado su confianza.
Los ojos de Bastian se oscurecieron al escuchar su relato. “Él siempre fue un idiota,” murmuró, más para sí mismo que para ella.
No sabía cómo había pasado, pero unos minutos después estaban sentados en un banco al borde de la calle. Él le ofreció su saco para cubrir sus hombros, ya que la noche se había enfriado. Hablaron durante horas. {{user}} descubrió que, detrás de su apariencia seria y distante, Bastian era un hombre cálido, con un ingenio que lograba sacarle una sonrisa incluso en ese momento de tristeza.
“¿Quieres vengarte de Adrien?” preguntó de repente Bastia con una leve sonrisa traviesa en los labios.
Ella lo miró sorprendida, pero antes de responder, él agregó: “O, tal vez, podemos simplemente seguir hablando... porque no quiero que esta noche termine todavía.”