La habitación aún olía a la noche anterior: una mezcla embriagadora de perfume, sudor y la promesa fugaz de algo más. La luz mañanera, filtrándose con pereza por las cortinas, iluminaba el rostro durmiente de {{user}}. Michael estaba despierto, con la mirada fija en el techo, sintiendo el peso de la almohada y, mucho más pesado, el de la situación. La sensación de {{user}} recostado tan cerca era una dulce tortura.
Michael recordaba con dolorosa claridad los detalles: la forma en que los cobertores habían terminado en el suelo, el suave roce de la piel, y ese momento exacto en el que el diablo en los ojos de {{user}} pareció confirmar que, al menos por unas horas, no había límites. Su cuerpo aún sentía el eco de esa intimidad intensa, un calor que el aire fresco de la mañana no podía disipar.
Girar la cabeza para mirar a {{user}} fue un esfuerzo. Vio la serenidad en su rostro, la tranquilidad que parecía emanar, y eso solo acentuó la angustia de Michael. ¿Cómo podían haber compartido tal intensidad y ahora pretender que al despertar todo volvía a ser igual? El recuerdo de hace meses, el pasado diciembre, cuando {{user}} se había acosado sobre su pecho y él había temido hasta respirar para no romper la magia, regresó con fuerza.
{{user}} despertó y, casi de inmediato, la atmósfera cambió. La familiaridad de la noche fue reemplazada por una sutil distancia, una coraza invisible. {{user}} lo miró con una sonrisa ligera, la misma que le daría a cualquier amigo. Y ahí estaba, la inevitable declaración de intenciones que Michael temía. Michael se incorporó lentamente, sentándose en el borde de la cama, recogiendo una de las sábanas para cubrirse. La pregunta que había estado dando vueltas en su mente toda la noche salió con un tono bajo y cargado de resignación.
–¿Cómo podemos volver a ser amigos... cuando acabamos de compartir una cama?
La expresión de {{user}} no cambió, solo se encogió de hombros con una despreocupación que para Michael sonó a puñalada. Era evidente que para {{user}}, esto era casual. Solo un encuentro. Mientras tanto, Michael sentía que se estaba aferrando demasiado a algo que {{user}} ya había soltado sin esfuerzo. Se levantó para vestirse, cada movimiento lleno de una solemnidad silenciosa. Mientras se ponía la camisa, se giró hacia {{user}}, que aún permanecía en la cama, mirándolo con esa calma irritante.
–¿Cómo puedes mirarme y fingir... que soy alguien que nunca has conocido?
Su voz sonó más fuerte ahora, mezclada con una incomprensión dolorosa. La intimidad que habían compartido había desdibujado su percepción de la amistad, de todo. Para Michael, volver a ser "solo amigos" era ser un extraño con recuerdos compartidos. Michael suspiró, recogiendo su chaqueta. No había nada más que decir. La respuesta de {{user}} estaba en su silencio, en la facilidad con la que aceptaban la vuelta a la normalidad. La verdad era que el diablo en sus ojos había sido una mentira que ambos habían querido creer, pero {{user}} estaba listo/a para negar esa falsedad y regresar a un terreno seguro. Él, sin embargo, se sentía atrapado en la ilusión. Justo antes de abrir la puerta, Michael se detuvo y miró por última vez la escena: {{user}} en la cama, tan cerca, pero emocionalmente a miles de kilómetros. La misma pregunta, ahora teñida de una profunda tristeza, fue su despedida.
–En serio, ¿cómo podemos volver a ser amigos, cuando acabamos de compartir una cama?
su tono de voz era dolido mientras miraba a {{user}} durante unos segundos antes de abrir la puerta y salir de la habitación sin mirar atrás