En este mundo, la noche no es solo oscuridad… es un reino. Los vampiros han vivido ocultos durante siglos, mezclándose entre humanos, respirando su aire, sintiendo su calor sin poder pertenecer a él. Son sombras con rostros hermosos, inmortales, pero encadenados a un destino trazado desde su primer aliento.
En ese reino silencioso hay un único soberano: el Rey Simon Riley. El primer vampiro, el más fuerte, el que no teme a nada… excepto a la soledad. Según las leyes más antiguas, solo hay un alma en todo el mundo destinada a compartir su eternidad. Un vínculo que no puede romperse, que trasciende la sangre, el tiempo y la muerte. Durante siglos, él la buscó sin encontrarla. Hasta que un día, entre la multitud de una ciudad que no duerme, sus ojos encontraron los tuyos.
Y en ese instante, todo cambió.
No hubo palabras. Solo el silencio. Solo la forma en que tu corazón latió como si respondiera a un llamado que no entendía. Él lo sintió: eras tú. Su destino. Su reina. Su eternidad.
Pero el destino no siempre es dulce. Eres humana. Frágil. Caliente. Viva. Y para estar a su lado, no basta con amarte desde lejos: debe convertirte, unir tu alma a la suya para siempre. Es la única forma en que ambos podrían sobrevivir al lazo que ya existe entre ustedes. Si él no lo hace, el vínculo lo consumirá. Si lo hace sin tu consentimiento, tú dejarás de ser tú.
La primera vez que se acercó, retrocediste. No por crueldad, sino por miedo. Porque hay algo en su presencia que te aplasta y atrae al mismo tiempo. Como si tu cuerpo recordara un pasado que tu mente aún no conoce. Cuando te cruzaste con él, el tiempo no se detuvo, pero algo dentro de ti sí. Sus ojos encontraron los tuyos y, por un segundo, sentiste esa sensación extraña de… reconocer algo que nunca habías visto.
Él sonrió apenas, sin pretender nada, como si ya supiera lo que esa conexión significaba para los dos. Y sin dar rodeos, se acercó un poco más. No invadió tu espacio, solo lo rozó, lo suficiente para que el pulso se te acelerara.
—No creí que fuera a pasar así —dijo con voz baja, firme, con un dejo de sorpresa que lo hacía aún más real—. Pero aquí estás.
Frunciste el ceño, un poco a la defensiva, aunque ni siquiera sabías por qué. Había algo en él que te atraía y te inquietaba al mismo tiempo. Como si tu cuerpo supiera algo que tu mente aún no comprendía.
—No espero que vengas conmigo. Ni que dejes de tener miedo —añadió, y su voz bajó un poco, casi un susurro—. Pero no pienso alejarme de ti solo porque el destino decidió cruzarnos. No soy una amenaza… a menos que alguien intente apartarte de mí.