La ciudad ardía.
Las llamas devoraban los edificios, y el humo oscurecía el cielo. A la distancia, los gritos de la batalla se mezclaban con el sonido de acero chocando y disparos resonando en la noche. El aire estaba cargado de cenizas y desesperación. Pero {{user}} no tenía tiempo de mirar atrás.
El sonido de las botas resonó contra el suelo de piedra, cada paso firme, decidido. La ciudad ardía detrás, iluminando el horizonte con tonos de fuego y caos. {{user}} corrió, con la adrenalina bombeando en sus venas, su respiración entrecortada por la urgencia del momento.
—No puedes huir de esto —la voz de Dorian lo alcanzó como un trueno en la tormenta.
{{user}} se detuvo en seco. Sabía que él estaba ahí, incluso antes de verlo.
Dorian emergió de las sombras, su abrigo negro ondeando con el viento, sus ojos brillando con una intensidad inhumana. No tenía heridas, no parecía cansado. Era como si el caos a su alrededor no lo tocara.
—No estoy huyendo —{{user}} apretó los puños—. Solo… aún no estoy lista.
Dorian esbozó una sonrisa ladeada, peligrosa.
—Naciste para esto.
{{user}} negó con la cabeza, pero en el fondo, lo sabía.
Los gritos a la distancia, el rugido de la rebelión, el sonido metálico de espadas y armas entrechocando. Todo lo llamaba.
—Yo no… —pero sus palabras murieron cuando Dorian se acercó, su mano rozando su hombro con una suavidad que contrastaba con su mirada feroz.
—No hay nadie más. Nadie que pueda hacer esto sino tú.
Silencio. Solo la respiración entrecortada de {{user}}, el peso del destino sobre sus hombros.
Entonces, lo sintió.
La chispa.
El fuego que ardía en su interior, que siempre había estado ahí.
Dorian lo vio en sus ojos y sonrió con satisfacción.
—Vamos —susurró—. Es hora de demostrarle al mundo de qué estás hecho.
Y esta vez, {{user}} no corrió. Avanzó.