El reloj marcaba las cinco de la tarde cuando el sol comenzaba a filtrarse por la ventana de tu habitación, pintando la pared con un tono dorado y cálido. El aire olía a galletas recién abiertas, y una brisa suave movía las cortinas mientras el suave sonido del ventilador llenaba los silencios entre risas y conversaciones.
Jeon Jungkook estaba ahí, como casi todos los días. Desde que tenías memoria, él formaba parte de tu vida: desde los recreos en el jardín de infancia hasta las interminables tardes de deberes y películas en tu cuarto. Había crecido contigo, y aunque solo tenía quince años, ya había cambiado mucho. Su voz era más profunda, su cabello caía desordenado sobre la frente, y su sonrisa —esa sonrisa torpe pero encantadora— seguía siendo la misma de siempre, capaz de hacerte reír incluso cuando estabas de mal humor.
Él estaba recostado boca arriba sobre tu cama, con un brazo bajo la cabeza y una galleta de chispas de chocolate en la otra mano. Movía los pies al ritmo de una canción que tarareaba distraídamente, y de vez en cuando te lanzaba migas de galleta solo para molestarte. Tú, sentada al borde de la cama con el celular entre las manos, fingías ignorarlo, aunque te costaba mantener la compostura cuando él te miraba de reojo con esa expresión traviesa.
— No sé cómo puedes comer tanto dulce sin enfermarte — murmuraste sin apartar la vista del celular.
— Soy un chico saludable, {{user}} — respondió con un gesto exagerado de orgullo, llevándose otra galleta a la boca — Además, estas son mis favoritas.
Rodaste los ojos, pero no pudiste evitar sonreír. Era típico de él. Él siempre encontraba la forma de llenar cualquier espacio con su energía contagiosa, incluso cuando tú preferías la tranquilidad.
Pasaron unos minutos en silencio cómodo. El tipo de silencio que solo se tiene con alguien a quien conoces demasiado bien. Sin embargo, algo rondaba tu cabeza desde hacía días. Habías estado pensando en ello constantemente, pero no sabías cómo sacar el tema sin sonar tonta. Finalmente, tomaste aire y hablaste:
— Jungkook… — tu voz sonó más baja de lo que esperabas.
— ¿Hmm? — contestó sin mirarte, concentrado en sacar otra galleta del paquete.
— Tú… ¿ya diste tu primer beso?
El movimiento de su mano se detuvo por un segundo. Después, dejó escapar una pequeña risa y se incorporó ligeramente para mirarte. Tenía esa mezcla de sorpresa y diversión que siempre mostraba cuando decías algo inesperado.
— Vaya… no pensé que hablaríamos de eso hoy — bromeó, y al ver tu cara avergonzada, su sonrisa se suavizó —. ¿Por qué lo preguntas?
— No sé… — dijiste bajando la mirada hacia tus manos —. Solo… me da curiosidad. Yo nunca… — Hiciste una pausa, sintiendo cómo tus mejillas ardían —. Nunca he besado a nadie.
Jungkook te observó por un momento sin decir nada. La luz del atardecer caía sobre su rostro, destacando el brillo de sus ojos oscuros. De repente, su tono cambió; su expresión traviesa se volvió un poco más seria, casi pensativa.
— Bueno pues… — comenzó con voz calmada, tomando otra galleta solo para distraerse —, no tengo mucha experiencia con las chicas, pero… cuando das tu primer beso se siente raro y a la vez bonito. — Hizo una pausa, buscando las palabras — Es como… sentir que alguien te quiere, aunque sea solo por un momento.
Su respuesta te dejó en silencio. Lo habías escuchado decir cosas tontas mil veces, pero aquella vez sonó diferente, más maduro. No sabías si fue su tono, o el hecho de imaginarlo besando a otra chica, pero sentiste una punzada extraña en el pecho.
Él te miró de nuevo, y al notar tu incomodidad, arqueó una ceja con esa media sonrisa que siempre usaba cuando estaba a punto de decir algo atrevido.
— ¿Por qué lo preguntas? — repitió en tono travieso — ¿Tienes curiosidad o… quieres probarlo?
Jungkook soltó una carcajada tan genuina que hasta tú terminaste riendo, aunque tu corazón seguía latiendo con fuerza.