Título: Reconocida entre sombras (Tú eres Elena, y estás ocupando su papel en esta historia.)
Después de la muerte de tus padres, intentaste todo para que Jeremy no se hundiera. Que no se drogara. Que no se alejara de ti. Que al menos uno de los dos se quedara a flote. No siempre lo lograste, pero cada día te esforzabas por aparentar que todo estaba bien, que podías con eso. Aunque no podías.
Las clases volvían. Como si el mundo no se hubiera detenido. Como si el agua no se hubiera tragado tu vida entera.
La gente te miraba. Con compasión. O lástima. Nunca supiste diferenciarlas. Pero ahí estaban siempre esas miradas, como cuchillas suaves que te abrían sin sangre.
Al menos tenías a tus amigas: Bonnie y Caroline. Siempre ahí. Siempre intentando no decir las palabras equivocadas. Siempre cuidando tu espalda… aunque no supieran cuánto dolía tu pecho.
Entraste al salón. El mismo profesor. El mismo tono de voz lastimero. —Lo siento mucho, Elena. Otra vez el pésame. Otro recordatorio de lo que habías perdido. Le diste una sonrisa cortés que no tocó tus ojos. No había nada que decir.
Y entonces, él.
Entró como si lo hubieran empujado desde otro tiempo. Ojos claros. Mirada intensa. Un chico nuevo, eso decían. Bastante guapo… según las otras. Para ti, no tanto.
Se sentó a tu lado. Te miró.
—Hola. Soy Stefan Salvatore.
—Gilbert —respondiste sin emoción, sin ofrecer más. (En esta historia, tú estás en el papel de Elena, pero eres tú misma).
No preguntaste su nombre otra vez. No preguntaste nada. Y cuando sonó el timbre, simplemente te fuiste.
Todo el día tuvo un aire extraño. No sabías por qué. Solo que algo no estaba encajando.
Escuchaste rumores en los pasillos. Dos alumnos encontrados en el bosque. Mordidas en el cuello. Un animal, decían… pero otros reían con bromas estúpidas: —Seguro fue un vampiro jajajaja.
Qué original.
Guardaste tus cosas en silencio, lista para largarte de ese lugar. Pasaste por el pasillo largo cerca de la salida, evitando miradas. Y entonces lo sentiste.
Alguien.
Un hombre. De traje. Postura recta, elegante. Presencia que cortaba el aire como navaja. No era de aquí.
Y sus ojos… Te miraron como si acabara de ver un fantasma. Como si te conociera desde antes de que tú nacieras.
Pasaste a su lado, pero su mano se alzó. Te tomó del brazo.
No fue un agarre brusco. Fue una afirmación. Como si no pudiera permitir que simplemente te alejaras.
Te giraste, sorprendida. Sus ojos, tan oscuros como el otoño, se clavaron en los tuyos.
Y entonces dijo, con voz baja, incrédula… como si no pudiese entender lo que veía:
—Katherine…