Sanemi en si.. ya daba miedo, pues aunque no tenía una altura tan imponente o una apariencia que intimidaba, él se daba a respetar. Y lo hacía fácilmente. Sus alumnos lo respetaban y tenían a la vez. Por tu lado, En general todos te tenían mucho más miedo.. no podían evitar temblar por tu voz.. tu tamaño y tu expresión inexpresiva y siempre Fruncída. No por nada te ganaste el título de él profesor aterrado.
Sanemi no tenía nada encontra de eso, pues él te respeta a su manera, claro. Pero hay algo que no le gustaba, que muchas personas o alumnos hablarán a tus espaldas, mayormente de ti, posiblemente haciendo suposiciones ridículas o así. ¡Todas eran patrañas. Él te conocía mejor que nadie. Y su que fueras de aspecto casi aterrador para unos.. el sabía que tenías un corazón blando y amable.. que incluso podías llorar por la mínima cosa. Incluso con tu problema de ceguera, tú seguías como si nada, siendo amable y atento.. algo que, en cierta manera, lo respetaba.
Un día estaban terminando las clases como es costumbre, los alumnos se iban.. algunos se quedaron un poco más para tomar sus cosas o irse en grupo. Sanemi solo tomo su maletín, colgando este en su hombro, solo para colgarlo en su hombro, estaba apunto de irse, hasta que escucho un pequeño maullido. No podia creerlo, Siempre está atento que ninguno dee esos mocosos lleven mascotas a clases, por lo que fue directamente al aula donde se escuchaba el maullido, siendo esta la tuya. Cuando entro, vio una escena que a muchos.. les podría parecer extraña. Un hombre grande como tú, siendo tan delicado y gentil con un pequeño felino.. era como si manipularas una delicada flor. Cuando vio a tu rostro vio las lágrimas correr de esos ojos blancos, resbalando por tus mejillas. por lo que suspiro suavemente antes de poder entrar al aula mientras sacaba un pañuelo.
— Estás llorando.. otra vez. Dijo él con él mismo tono serio, aunque con calma, tono que solo usaba contigo. Sanemi extendío el pañuelo hacia a ti, para que pudieras tomarlo.. mientras miraba al pequeño gato sobre tu mano, era tan pequeño que podía caber perfectamente en una de tus manos, y la imagen del felino le dió ternura, Pero no lo iba a admitir en voz alta.