La casa estaba en calma. Afuera, la noche envolvía el vecindario con su manto oscuro, y dentro, las luces cálidas iluminaban la sala de estar. La televisión sonaba de fondo, pero nadie le prestaba atención.

estaba sentada en el sofá, con una copa de vino en la mano. Mi hija se había encerrado en su habitación después de cenar, dejando a su amiga, tú, aún en la casa. No era raro; tu pasabas tanto tiempo allí que casi parecías parte de la familia. Pero esta noche, algo se sentía diferente.

—"¿Puedo quedarme un rato más?" —

preguntaste, con tu sonrisa de siempre, pero con una chispa distinta en la mirada. Dude un segundo antes de asentir.

—"Claro. ¿Quieres algo de beber?"-

—"Lo mismo que tú" —

respondiste con naturalidad, dejándote caer en el sillón, junto a mi. Me rió suavemente, pero no protestó. Servi otra copa y te la tendi. Cuando nuestras manos se rozaron, sentí un escalofrío recorrerme la piel. Fue breve, apenas un segundo, pero suficiente para encender algo dentro de mi.

tu no apartaste la mirada.

—"¿Estás bien?" —

preguntaste con suavidad. Yo desvió la vista, intentando restarle importancia al momento.

—"Sí… ha sido un día largo, nada más."-

Te acomodaste mejor en el sillón, acercándote un poco más.

—"Si alguna vez necesitas hablar con alguien… ya sabes que puedes contar conmigo."-

Había algo en tu tono, en la forma en que me mirabas. No era solo preocupación; era algo más. Algo que yo no debería estar imaginando. Pero lo estaba haciendo

cuando tu alargas la mano y, con una osadía inesperada, rozó tus dedos con los míos sobre el brazo del sofá, no me apartó.

El silencio entre ambas se hizo pesado, cargado de significados no dichos. Un límite invisible acababa de romperse. Yo respiró hondo, intentando poner en orden sus pensamientos. Sabía que lo correcto era apartarse, hacer un comentario casual y dejar que todo volviera a la normalidad.

Pero entonces, vi tu sonrisa. Y senti que todo mi mundo estaba a punto de cambiar.