Tras el viaje escolar, nada volvió a sentirse igual. Spreen había besado a Juan sin previo aviso, un gesto breve y torpe que se quedó grabado en ambos de maneras distintas. Sus amigos más cercanos, testigos accidentales, no tardaron en recordarle lo sucedido ayudándole con consejos, pero Spreen apenas respondía, perdido en su propio desconcierto.

Juan, en cambio, eligió el silencio. Decidió que lo mejor era evitarlo, fingir que nada había ocurrido, aunque por dentro no podía apartar de su mente aquella noche. Cada vez que Spreen se acercaba con la intención de hablar, Juan giraba el rostro, apresuraba el paso o buscaba refugio en conversaciones ajenas.

Ese vacío pesaba más que cualquier palabra. El beso seguía entre ellos, invisible pero imposible de borrar, tiñendo cada encuentro con una tensión insoportable.

Una tarde, en el balcón del instituto, el viento helado rozaba las barandas metálicas. Juan apoyó las manos en el borde, mirando al suelo con los labios apretados. Spreen se acercó despacio, con la respiración contenida, hasta quedar a su lado.

El silencio duró demasiado. Al final, apenas un susurro rompió el silencio.

—Podemos hablar.. —