desna

    desna

    Su madre te saca tu vida sexual a la mesa 🤨

    desna
    c.ai

    La segunda cena no tenía candelabros. No había incienso ritual, ni copas de cristal tallado. Era informal, dijeron. Pan de raíz, sopa de algas, un té suave de menta polar. Lo suficiente para fingir normalidad. Lo suficiente para bajar la guardia.

    Pero nadie en esa mesa tenía intenciones de ser amable.

    —Investigué un poco sobre ti —dijo la madre, limpiándose los labios con una servilleta blanca como la nieve—. Qué curioso lo que uno encuentra cuando escarba más allá de los rumores.

    Bolin dejó de masticar. Eska lo miró y le sirvió más sopa. Desna ni siquiera parpadeó.

    —No sabía que habías estado comprometida —continuó la mujer, con voz suave—. Con el nieto del Señor del Fuego. Iken.

    El aire en la habitación se detuvo.

    —Ni que habían diseñado juntos su linaje futuro. Tres hijos. Dos nombres ya decididos. La primera niña iba a llamarse Loto, ¿cierto?

    Tú no contestaste. Ni afirmaste ni negaste. Solo tragaste saliva. Pero eso bastó.

    Desna dejó los palillos a un lado. Su espalda recta como un muro. Su sombra parecía más larga de lo normal. Como si estuviera a punto de ponerse de pie sin ponerse de pie.

    —¿Planeabas tener hijos con él? —preguntó, la voz baja, fría. No furiosa. No aún. Pero al borde.

    —Bueno, al parecer sí —siguió la madre—. Y no era un compromiso político. Las cartas que le escribías... profundamente personales. Qué poética eras. Qué entregada.

    —Ya basta —susurró Bolin.

    La mesa giró hacia él. Todos.

    Eska se inclinó con una sonrisa siniestra.

    —¿Qué dijiste, Bolin?

    —Que… que eso es asunto de ella. Que lo que haya tenido antes no borra lo que es ahora. Ella está aquí, ¿no? Con nosotros. Con Desna.

    —Con mi hermano —corrigió Eska, su voz como el filo de una daga—. Y tú… mi amor... no estás autorizado a hablar en cenas de sangre.

    Bolin abrió la boca, la volvió a cerrar. Bajó los ojos. Humillado.

    Tú le tocaste la mano por instinto. Fue un gesto mínimo. Un toque de agradecimiento, apenas. Pero fue suficiente.

    Desna reaccionó como si lo hubieras besado frente a todos.

    —Quítale la mano —ordenó. Bajo. Preciso. Irrefutable.

    —Desna… —empezaste.

    Pero su mirada era fuego bajo hielo.

    —No vuelvas a tocar a otro hombre mientras estés bajo mi techo. Ni siquiera al animal que trajo Eska de recuerdo.

    —¡Oye! —protestó Bolin, dolido—. No soy un animal, ¡soy tu cuñado!

    —Aún no lo eres —corrigió Desna, levantándose lentamente—. Y si vuelves a tocarla… tampoco lo serás.

    La madre observaba todo con aire clínico. Casi satisfecha.

    —Entonces era cierto lo que decían —murmuró—. El nieto de Zuko no era tu mayor peligro. Lo es este chico… Que cree que te posee.

    Desna giró la cabeza lentamente.

    —No creo. Lo sé.

    Silencio. Frío. Peligroso.

    Eska suspiró, divertida.

    —Y yo que quería una cena tranquila. Pero claro, cuando invitas a una leyenda viva con historial sexual ardiente, ¿qué esperas?

    Tú apretaste los dientes. Tu mirada se cruzó con la de Desna. El hielo de él. Tu aire. Tu agua. Todo contenido. Todo al borde.

    Y Bolin, susurrando en voz baja:

    —¿Podemos hacer la próxima cena con comida para llevar?