Ante el mundo era un ingeniero brillante, esposo amoroso de una mujer dulce, paciente, la luz que mantenía su alma en equilibrio. En casa, la vida era serena: cenas tranquilas, risas suaves, conversaciones sobre futuros viajes y niños soñados. Su esposa no sospechaba nada. No podía.

Porque cuando caía la noche y el mundo dormía, John se convertía en algo más. En alguien más. Planeaba con precisión quirúrgica cada uno de sus juegos. No por crueldad, sino por justicia. Por redención. Por lecciones. Él no mataba… solo les daba una elección.

Pero una noche, todo cambió.

Una de sus víctimas, un policía corrupto, fue equipada en secreto con una cámara oculta por el departamento. John no lo sabía. El juego siguió como siempre: las reglas claras, la salida posible. Pero el oficial murió. No porque el juego fallara, sino porque eligió no cambiar.

Cuando John lo revisó, vio la cámara. El corazón se le paralizó. Aunque la imagen era borrosa, la grabación había captado el lugar, su voz, sus movimientos… aunque no su rostro. No podían identificarlo, pero él sabía que era cuestión de tiempo.

Corrió a casa esa noche, lavando cada huella, quemando evidencia, desmantelando todo.

Pasaron días.

Y cuando pensó que quizá había escapado, su esposa lo abrazó esa mañana con los ojos llenos de lágrimas. —John… estoy embarazada.

El mundo se detuvo. Por un instante, no existió Jigsaw. Solo John. Solo el hombre que había querido ser padre desde antes , incluso superó el cáncer con ayuda de ella cuando la había conocido, desde antes del dolor, desde antes de todo.

Pero no tuvo tiempo de reaccionar.

Unos segundos después, la puerta fue derribada.

—¡Policía! ¡Al suelo!

Su esposa gritó. Él apenas alcanzó a verla caer de rodillas cuando lo esposaron. No luchó. No habló. Solo la miró… y pensó en el hijo que nunca conocería.