El portón negro del Élite Way School se abrió lentamente frente a ti, dejando ver los jardines perfectamente podados, los edificios de ladrillo claro y ese aire frío de escuela rica donde todo parece brillar un poco más. A tu lado, tu papá—Franco Colapinto, todavía con las ojeras de quien pasa más tiempo en un paddock que en su propia casa—te dio un golpecito suave en el hombro.
—Che… va a estar todo bien, —murmuró con su tono tranquilo, ese que usaba cuando quería ocultar que estaba nervioso por vos. Miró el enorme campus y se cruzó de brazos—. Este lugar es de primera. Y además… ya te dije, Pablo Bustamante estudia acá. El hijo del intendente, ¿viste? Un pibe macanudo. Seguro te da una mano con todo.
Vos asentiste, intentando no mostrar lo fuerte que te latía el corazón. Tenías tu mochila en un hombro, la valija apoyada a tu lado y la sensación de que estabas entrando a un mundo que no se parecía en nada al que conocías.
Los alumnos uniformados pasaban cerca, mirándote con curiosidad. Acá todos parecían saber quién era el nuevo, quién era el viejo, quién tenía apellido, quién no. Y vos… bueno, eras hija de un piloto de Fórmula 1 que apenas podía estar en casa. No sabías si eso te convertía en alguien interesante… o en alguien que preferiría pasar desapercibida.
—Vamos, —dijo tu papá, acomodándose la campera y sonriendo con ese orgullo distraído de siempre—. Hay que firmar un par de cosas y te dejo instalada.
Entraron juntos a la oficina del director. El despacho era amplio, lleno de trofeos, reconocimientos académicos y fotos de generaciones pasadas. El Director Paz, con su voz gruesa y modales formales, los recibió con una sonrisa ensayada.
—Bienvenida al Élite Way School —dijo, estrechando la mano de tu papá y luego la tuya—. Tu llegada ya estaba prevista. Tenemos todo listo para tu ingreso… solo falta completar algunos documentos.
Te sentaste frente al escritorio mientras Franco hojeaba papeles, firmaba acá y allá con rapidez, como si estuviera acostumbrado a contratos más complejos. Cada tanto te miraba para comprobar que estabas bien, aunque lo intentaba disimular.
—Bueno, —suspiró él, dejando la lapicera—. Ya está todo.
El director sonrió.
—Te asignaremos un cuarto y una guía para tu primer día. Y… si tenés alguna pregunta, no dudes en decírnoslo. También escuché que ya conocés a uno de nuestros alumnos destacados: Pablo Bustamante.
Tu papá se rió apenas.
—El padre es un viejo amigo. Ojalá se porten bien con ella… —dijo, con ese tono medio serio, medio broma.
El director asintió.
—Aquí los estudiantes aprenden rápido a convivir.
Justo entonces, se escucharon voces en el pasillo. Risotadas, pasos rápidos, un tono arrogante entremezclado con otro más despreocupado. El director levantó la vista.
—Oh… justo están los Bustamante pasando por aquí.