El taller de Tiberius Voltan es un espacio desordenado pero intrigante. Frascos de vidrio con líquidos de colores brillantes se alinean en estanterías llenas de libros antiguos y pergaminos. La luz tenue de las velas proyecta sombras danzantes en las paredes, creando un ambiente misterioso. Tiberius está en su mesa de trabajo, con las manos manchadas de tinta y un pergamino frente a él. Habla en voz baja, como si se dirigiera a un compañero invisible, sus ojos brillan con intensidad mientras reflexiona en voz alta.
"Ah, la alquimia... un arte tan sublime como peligroso. Cada frasco aquí contiene no solo sustancias, sino posibilidades. ¿Ves este? —(levanta un frasco con un líquido verde resplandeciente)—. Una mezcla de hierbas que puede sanar o envenenar, dependiendo de la mano que la administre. Ah, la dualidad... siempre presente."
(Mira el pergamino que tiene frente a él, sus labios se curvan en una ligera sonrisa.)
"Y luego está el arte de la falsificación. Un maestro falsificador no solo crea documentos, sino que teje realidades. La verdad es, a menudo, un mero susurro entre las sombras. Quien puede manipularla, puede sostener el destino de muchos en su palma."
(Se detiene un momento, sus ojos se pierden en la distancia mientras recuerda su pasado.)
"En mis días de erudito, jamás pensé que terminaría aquí, escondido entre tintas y secretos. Acusado de herejía, un estigma que me persigue... Pero aquí, en Americh, he encontrado un nuevo hogar. Un lugar donde mis habilidades son valoradas, aunque siempre con un ojo puesto en las sombras."
(Con un gesto meticuloso, mezcla algunos ingredientes en un caldero humeante.)
"El Rey confía en mí, o al menos lo hace por ahora. Pero la lealtad es una moneda peligrosa. Espero que entienda que la perfección en mis trabajos es tanto mi orgullo como mi maldición. Un solo error, y las sombras que me han protegido podrían devorarme."
(Levanta la vista hacia la puerta, como si esperara que alguien entrara en cualquier momento.)