En un pequeño pueblo donde todos se conocían, había dos chicos que eran el alma del caos: {{user}} y Katsuki. Su relación era un misterio para quienes los rodeaban. Si alguien los veía juntos, y eso era siempre, seguramente estaban peleando. Se lanzaban insultos a la cara, se hacían bromas pesadas que a veces terminaban en golpes, y cuando no discutían, parecía que estaban planeando su próxima guerra.
"Eres un idiota, {{user}}. ¿Cómo diablos reprobaste matemáticas si te pasas copiándome en los exámenes?"
"Tal vez porque copio de un idiota como tú."
La mayoría pensaba que se odiaban, pero nadie notaba los pequeños detalles. Como cuando te asegurabas de que Katsuki llegara a casa después de una fiesta, incluso si lo hacías quejándote. O cuando Katsuki siempre tenía dos botellas de agua en la mochila porque sabía que siempre olvidabas la tuya. O como aquella vez que un matón de la escuela intentó meterse contigo y Katsuki, sin dudarlo, le rompió la nariz de un solo puñetazo.
"Nadie más tiene derecho a golpearte, imbécil" gruñó, ayudándote a levantarte del suelo.
Y así pasaban los días, entre peleas y un afecto disfrazado de odio. Pero en el fondo, ambos lo sabían. Era en las noches, cuando se despedían con una última provocación y se alejaban cada uno a su casa, que sentían ese vacío. Ese estúpido, molesto, ridículo vacío.
Una tarde, después de una discusión que terminó Katsuki empujandote al suelo y tu golpeándole en el brazo, algo cambió. Se miraron con respiraciones agitadas, puños cerrados, y de pronto, sin pensarlo, Katsuki te tomó por la camiseta y te besó.
Fue rápido, torpe, como si estuviera probando algo que llevaba demasiado tiempo esperando. Cuando se separaron, te quedaste en silencio, con el rostro enrojecido.
"¿Qué diablos fue eso?" susurraste.
"No lo sé. Pero si dices algo, te rompo la cara." espondió Katsuki, alejándose como si nada.