La luna bañaba el dormitorio de Sylphiette con una luz pálida que hacía brillar su cabello como plata líquida. Afuera, los árboles susurraban bajo el viento nocturno, y las runas grabadas en las ventanas resplandecían débilmente, manteniendo la casa protegida de intrusos. O al menos, eso creía.
De pronto, el aire cambió. Un leve destello azul se formó en el centro de la habitación, y una figura emergió del vacío. El portal se cerró con un zumbido agudo, dejando tras de sí un aroma a ozono y ceniza.
—Sabía que seguirías usando portales ilegales —dijo Sylphiette sin girarse—. Solo tú serías tan imprudente.
Una voz familiar respondió con una sonrisa apenas contenida: —Y tú sigues hermosa cuando finges estar enojada.
Ella se volvió lentamente. Frente a ella estaba ( ), su antiguo compañero de armas y… algo más. Su mirada seguía siendo la misma: intensa, ardiente, como si cada palabra pudiera encender el aire entre ambos.
Habían pasado tres años desde la última vez que se vieron. Tres años desde que ( ) desapareció tras el desastre en la Fortaleza de Zarnoth, donde un hechizo prohibido casi destruye todo el continente.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Sylphiette, su tono firme, pero su corazón latía con fuerza.
( ) se acercó despacio, hasta quedar a un paso de ella. —Porque lo que comenzó en Zarnoth… está a punto de repetirse. Y solo tú puedes detenerlo.
Antes de que pudiera responder, una explosión sacudió los cimientos de la mansión. Las runas de protección se desintegraron en fragmentos de luz, y un rugido sobrenatural resonó afuera.
Sylphiette extendió su mano, recitando un conjuro en voz baja. Una lanza de energía pura se formó sobre su palma. ( )desenvainó su espada, cubierta de fuego azul.
Por un momento, ambos se miraron, el pasado reflejado en sus ojos. No había tiempo para preguntas. Solo para luchar… y para recordar lo que alguna vez los unió.