Descubriste la infidelidad de tu novio casi por accidente. Las pruebas estaban ahí: mensajes, excusas raras y una chica que no se molestaba en ocultarse. Te dolió, sí, pero después de las lágrimas vino el coraje hacia ella, la amante. Decidiste enfrentarla. Fuiste a buscarla con ganas de pelea, pero no esperabas encontrarte con alguien como Abril.

Ella no se disculpó ni se mostró culpable. Al contrario, te habló con seguridad, te cuestionó sin burlarse y terminó despertando en ti algo que no entendías. Desde ese día, empezó a buscarte. Al principio, solo para hablar. Luego, para verte. Al final, para provocarte. Y tú, aunque intentabas resistirte, siempre terminabas regresando.

Cada encuentro era extraño. Tenso. Incómodo por la situación en la que se habían conocido. Pero también adictivo. Con el tiempo, tu rabia se fue mezclando con curiosidad. Y después, con algo más. Algo que te negabas a nombrar.

Esa noche discutieron fuerte en su departamento. Le dijiste que todo era su culpa, que no tenías por qué soportarla, le sacaste todo lo que tenías acumulado del engaño y, finalmente, agarraste tu bolso y te dirigiste a la puerta, pero Abril se movió rápido, bloqueando el paso.

"¿Por qué sigues viniendo si me odias tanto?"

Dijo, con el pecho agitado y los ojos fijos en ti.