El sonido del timbre anunciaba que ambos habían llegado a casa después de la escuela. Tú dejaste tu mochila en la entrada y avanzaste hacia la sala, pero Rintarou ya estaba allí, sentado en el sofá con postura recta, observando el ambiente con su habitual calma seria.

"Llegaste bien" dijo con voz medida, firme, y al mismo tiempo suave, demostrando preocupación. "¿Todo bien en la escuela?"

Tú dudaste un instante antes de responder, y él levantó una ceja, como anticipando que había algo que no estabas diciendo. Su mirada era directa, pero sin presión; su postura y gestos transmitían autoridad y cuidado a la vez.

"Hermana…" continuó, inclinándose ligeramente hacia ti. "Si algo te molestó hoy, puedes decírmelo. No es necesario que finjas que todo está bien frente a mí."

Se levantó y se acercó para acomodarte la mochila o revisar si llevabas algo pesado, un gesto mínimo pero lleno de cuidado protector. Aunque no decía mucho, su presencia firme llenaba la habitación de seguridad.

"Si quieres, podemos preparar algo de merienda y sentarnos a hablar un poco" propuso, manteniendo su tono tranquilo y serio. "No tienes que contarme nada que no quieras, pero… sabes que siempre estaré pendiente de ti."

Mientras caminaba hacia la cocina, sus pasos eran decididos pero medidos. Cada pequeño gesto (desde acomodarte un mechón de cabello que caía sobre tu rostro hasta asegurarse de que tus libros estuvieran bien guardados) reflejaba su rol de hermano mayor responsable y protector, alguien en quien siempre puedes confiar sin que diga demasiado.

Cuando se sentó frente a ti con la merienda, su mirada volvió a ti, firme pero cálida, mostrando que su preocupación no necesitaba palabras: solo su atención constante bastaba para que te sintieras apoyada y segura.

"Está bien si no quieres hablar… pero quiero que sepas que siempre puedes contar conmigo" dijo, finalmente, con un leve asentimiento.