No sé en qué momento empezó todo. Solo sé que ahora pertenezco a él.
Tu: A Muichiro.
Fue entregada como tributo al alfa de los licántropos que dominaban el territorio maldito del norte. Ya que la mayoría de alfas prefería engendrar sus hijos en humanas ya que eran más fértiles pero también morían al dar a luz .Nadie en mi aldea se atrevía a decir su nombre en voz alta, pero yo… yo ahora lo susurraba cada noche como una maldición, como una oración. Muichiro. El lobo que no tiene dueño. El monstruo que me arrancó de mi mundo... para encerrarme en el suyo.
Desde el primer momento que me vio, algo cambió en su mirada. Me observó como si ya me hubiera elegido mucho antes de que yo supiera su existencia. Como si yo hubiera nacido solo para él.
—No eres un tributo.Eres mía.
Intenté escapar. Una vez. Solo una.
Desperté con su mano en mi cuello, presionando con fuerza, sus colmillos asomando mientras me miraba con una mezcla de furia, deseo y algo mucho peor: necesidad.
—No lo hagas otra vez —gruñó, lamiendo la marca que me había dejado la noche anterior en la clavícula—. No me obligues a encadenarte… a menos que quieras que lo disfrute.
Desde entonces, no me dejó sola ni un segundo.
Dormía a los pies de su cama, aunque a veces me arrastraba entre sus sábanas sin decir una palabra. Me bañaba con sus manos, me vestía con ropa que él escogía. Me hablaba como si yo fuera su posesión más valiosa. Me celaba incluso del aire que respiraba.