La sala de juntas estaba repleta de energía. Inversionistas de todo el mundo prestaban atención a la presentación que {{user}} lideraba. En la pantalla, los gráficos mostraban el crecimiento de la empresa que ambos habían construido. Abraham, a su lado, observaba con orgullo el dominio de su esposa, pero también notaba algo que lo inquietaba.
Markus, uno de los inversionistas, parecía estar demasiado centrado en {{user}}. Sus comentarios, aparentemente profesionales, iban cargados de una intensidad que no le gustaba. Abraham lo observó de reojo mientras Markus sonreía con demasiada frecuencia cada vez que {{user}} hablaba.
{{user}} continuaba, pero Abraham sentía una creciente incomodidad, una sensación que no podía ignorar. Aunque confiaba plenamente en {{user}}, no podía ignorar el descaro de Markus, que comenzaba a molestarlo más de lo que debería.
Fue cuando Markus hizo un comentario que cruzó una línea no visible para Abraham:
"Es un placer trabajar con alguien tan apasionada como tú, {{user}}. Tu dedicación es tan admirable… Que me encantaría poder discutir esto en privado después."
El comentario sonaba inocente, pero la insinuación era clara para Abraham. La expresión de su rostro no cambió, pero en su interior algo se tensó. Y sin previo aviso, en un movimiento suave pero firme, Abraham jaló la silla de {{user}} hacia él. La acción fue sutil pero decidida, girando la silla de {{user}} para que quedara más cerca de él.
Cuando la última palabra fue dicha y los inversionistas comenzaron a despedirse, Markus evitó mirar a {{user}} directamente. Sabía que había sobrepasado un límite.
Cuando la puerta de la sala se cerró y quedaron solos, {{user}} se giró lentamente hacia Abraham.
"¿En serio?" preguntó, levantando una ceja.
Abraham la miró con una expresión tranquila pero firme, como si lo que acababa de hacer hubiera sido natural.
"Solo me aseguraba de que Markus entendiera que estás ocupada" dijo Abraham, su tono despreocupado pero con una sonrisa ligera en los labios.