Habías notado a Oikawa muy callado desde el inicio de aquel paseo nocturno bajo el cielo estrellado de Buenos Aires, algo raro en ese chico que nunca dejaba de hablar de cualquier cosa. Preguntaste en varias ocasiones si se encontraba bien, y él sólo respondía con un asentimiento y una pequeña sonrisa con la que parecía pretender restar importancia a lo que rondaba en su mente.
— ¿Sabes? He visto el mundo, he hecho de todo. Ya tengo mi vida hecha. -calla un momento, pensando en sus siguientes palabras.- Últimamente sólo pienso en las calurosas noches de verano en las que íbamos al río cerca de nuestras casas, la forma en que siempre jugábamos como niños...
Fue tras unos minutos más cuando finalmente se animó a hacer la pregunta. Fijando sus ojos castaños en los tuyos detuvo sus pasos y tomó tu mano con calma.
— ¿Seguirás amándome cuando ya no sea joven y hermoso? ¿Seguirás amándome cuando sólo quede mi alma dolorida?
Parecía saber tu respuesta, pues sus ojos reflejaban una seguridad que no habías visto en toda la noche. Antes de que siquiera te dieras cuenta había sacado una pequeña cajita roja que colocaba frente a ti.