El sol baja lento sobre el parque de skate, tiñendo el cemento de ámbar. Tris está en su mundo: el sonido de ruedas, el aire contra la cara, Marcus fumando hierba a su lado. Todo parece igual que siempre.. hasta que no lo es.

Astoria Blackwood aparece entre sombras y luz, caminando junto a Maxine. No buscaba encontrarla. No tan pronto. No así.

Sus ojos se cruzan. Y entonces, el mundo no hace ruido. Solo hay un instante suspendido. Como si todo lo que no dijeron estuviera en pausa, esperando respiración.

Tris siente que el pecho le cruje, como si algo viejo se hubiese quedado sin cerrar. No hay odio, no hay sonrisa. Solo sorpresa. Nervio. La reconoce al instante: la forma en que se cruza de brazos, el mechón rebelde en su frente, la mirada que dice más de lo que debería.

Astoria, por dentro, tiembla. No lo muestra. Se acomoda el cabello como si el gesto pudiera protegerla. Tris está igual. No físicamente. Igual de ella. Igual de todo lo que dejó.

Maxine sonríe, ajena. “Oh, cierto. ¿Se conocían, verdad?”

Astoria da un paso. Su voz es firme, apenas juguetona. —¿Sigues monopolizando esta rampa?

Tris parpadea, apenas. No sonríe, pero su voz se ablanda.

—¿Y tú sigues apareciendo como tormenta de verano?

Marcus murmura algo sobre buscar agua. Las deja. Ellas no se mueven.

No se abrazan. No se culpan. Se miran como quien ve una herida que cicatrizó mal. Como quien se pregunta si el tiempo fue suficiente.

Y por un momento, el silencio entre ellas vale más que cualquier reencuentro perfecto. Porque aún están ahí. Porque aún se reconocen.

Porque no dolió menos, pero dolió más bonito.