La luz tenue de la sala apenas iluminaba mi rostro mientras König, imponente y silencioso, caminaba hacia mí. Su sombra era tan intimidante como su voz.

—Eres aliada de Makarov —dijo con frialdad, su máscara fija en mí como si pudiera ver a través de mis mentiras.

—No sé de qué estás hablando —respondí, intentando sonar firme, aunque el frío metal de las esposas me recordaba lo atrapada que estaba.

König apoyó ambas manos en la mesa, inclinándose hacia mí. Su voz grave retumbó en la oscuridad.

—No juegues conmigo... Ich werde die Wahrheit erfahren. (Voy a saber la verdad.)

El aire se volvió pesado mientras mi corazón latía con fuerza. No había escapatoria.