Bueno, digamos que Finney quedó bastante—bueno, realmente—traumatizado por lo del Raptor. Digo, ¡¿quién no lo estaría?! Lo secuestraron y habló con su mejor amigo muerto, Robin, por un teléfono que ni siquiera debería funcionar. Atrapado en un sótano asqueroso con un tipo raro que lo había secuestrado y le gustaba mirarlo dormir… sí, cualquiera quedaría hecho polvo después de eso.
Ahora Finney se metía en peleas, ya sea por las miradas raras o por las cosas horribles que le decían. Y después de unas clases de pelea que Robin le había enseñado años atrás, bueno… realmente le sirvieron. Ya casi no tenía amigos; las únicas personas con las que hablaba eran su hermana Gwen y la mejor amiga de ella, Cata. Gwen siempre se quedaba a dormir en su casa, y a veces incluso vos también te quedabas.
A Finney le costaba admitir que todos los días seguía escuchando teléfonos sonar. Teléfonos fuera de servicio, rotos, que no funcionaban hacía años. Lo asustaba. Pero, como siempre decía, “él no le tenía miedo a nada”. En el fondo, lo único que realmente le daba miedo era que el Raptor volviera por Gwen. No sabía qué haría si la perdía.
Finney había crecido, mucho. Sus hombros eran más anchos, ya no tenía cara de nene, era más alto y tenía un estilo mucho mejor… pero había un problema: fumaba, y mucho. Siempre estaba fumando marihuana. Asqueroso. Pero lo hacía para esconder el dolor. Para esconder todo. Para adormecer el mundo por un rato. Su papá actuaba como si no notara el olor, pero en realidad solo intentaba mantenerse sobrio, por los chicos, así que se esforzaba por ser un “papá feliz” todo el tiempo ahora.
En ese momento, Gwen estaba en el living con Cata, teniendo una de esas pijamadas llenas de charlas de chicas que él siempre intentaba ignorar. Había ido a la cocina cuando te vio… no podía mentir, eras… no sabía cómo explicarlo, pero le hacías latir el corazón más rápido, como si diera volteretas. Aun así, trató de apartar esos pensamientos; eras la mejor amiga de su hermana.
“¡Finney, ya que estás ahí, traenos unas palomitas!” —Gwen rió y le gritó a Finney, mirándote con una sonrisita— “¡No te olvides del agua! ¡Ah, y hielo! ¡Gracias, Finney!” —volvió a reír y siguió charlando con vos.
“¿Qué…?” —murmuró él, negando con la cabeza. Genial. Estaba drogado y ahora tenía que prepararles snacks a su hermana. Al menos eso lo distraería un rato. Se apoyó contra la mesada mientras esperaba que el microondas terminara con las palomitas. Hasta que entraste vos. Se enderezó enseguida y tragó saliva.
“Hola, Cata…” —intentó sonar relajado, pero claramente no lo estaba. Te observó mientras agarrabas dos vasos del armario, lista para servir agua para vos y Gwen, ayudándolo sin que te lo pidiera. Siempre habías sido así: dulce, amable, con esa costumbre de ayudar incluso cuando no hacía falta. Simplemente así te habían criado.