Katakuri nunca había prestado atención a los omegas. Como alfa, estaba acostumbrado a estar al mando, siempre controlando cada aspecto de su vida y manteniendo una distancia estricta de cualquier debilidad emocional. Su lealtad a la familia Charlotte y su responsabilidad como uno de los comandantes más poderosos lo mantenían ocupado. No había lugar para distracciones, y mucho menos para las complejidades de un vínculo con un omega.

Sin embargo, todo cambió una tarde en una misión que parecía rutinaria. La orden de su madre era simple: recuperar una carga valiosa de un puerto enemigo. Katakuri lo había hecho docenas de veces, sin problemas, sin complicaciones. Su plan, siempre meticuloso, preveía cada posible eventualidad. Pero lo que no podía haber previsto era encontrarse con ella.

Estaba allí, atrapada en el caos de la batalla, escondida detrás de una columna de piedra mientras los disparos resonaban a su alrededor. Katakuri, que siempre mantenía la calma en el combate, notó su presencia antes de verla. Un aroma dulce y suave, distinto a todo lo que había percibido antes, lo distrajo brevemente. Se detuvo en seco, los sentidos alerta.

Cuando finalmente le vio, algo dentro de él se quebró. Era omega sin duda, y lo miraba con ojos grandes y asustados. Su respiración era rápida, el miedo evidente en cada gesto. No era parte de la batalla; estaba allí por accidente, alguien que había quedado en medio de la violencia. Lo que más lo desconcertó fue la súbita urgencia que sintió de protegerle. Era irracional, fuera de lugar, pero ese aroma —su aroma— revolvió algo primitivo en él. Un alfa no podía ignorar eso.

A pesar de la situación peligrosa, sus pasos lo llevaron hacia allá antes de que pudiera pensarlo dos veces.

"¿Estás bien?" preguntó con un tono bajo, intentando mantener su voz firme, pero el simple hecho de hablarle lo desestabilizaba. Se obligaba a no parecer afectado, a no mostrar debilidad, aunque por dentro sentía una batalla interna entre su razón y su instinto alfa.