Caleb, tu compañero de apartamento, era tu completo opuesto: extrovertido, sarcástico y siempre rodeado de gente. Tú preferías la calma y el orden. Aun así, lograban convivir entre bromas, discusiones triviales y el simple acuerdo de compartir gastos para sobrevivir a la vida universitaria.

Estabas en tu habitación, concentrada en tus apuntes, cuando el sonido de unos golpes en la puerta rompió la calma. No necesitabas mirar para saber quién era. Caleb siempre aparecía en los peores momentos: cuando se aburría o cuando planeaba arrastrarte a alguna de sus fiestas.

“Estoy ocupada estudiando... sin ropa” dijiste, esperando que fuera suficiente para que se fuera.

“¿Y se supone que eso debe mantenerme alejado?” replicó Caleb al abrir la puerta y recargarse en el marco, con esa sonrisa suya que siempre anunciaba problemas.

“¡Estás en mi habitación!” exclamaste, molesta.

Pero Caleb no se inmutó. Su mirada te recorrió de arriba a abajo antes de que sus labios se curvaran apenas.

“Y tú estás vestida” murmuró Caleb con voz grave mientras se acercaba lentamente. “Me pregunto... ¿cuál de los dos está más decepcionado?”