Ash siempre había sido tu mejor amigo. Desde niños compartían aventuras, secretos y risas. En los últimos meses, viajaban juntos con Clemont, Bonnie y Serena, y aunque el grupo se llevaba bien, lo tuyo con Ash era distinto: natural, cómodo, como si siempre hubieran estado destinados estar cerca.
Ese día salieron a pasear cerca del lago. El cielo estaba nublado, pero nadie pensó en la lluvia. Hasta que cayó. Sin aviso.*
—¡Corran! —gritó Bonnie entre risas, tomando a Serena de la mano.
Corrieron hasta un árbol grande, tratando de refugiarse, aunque todos estaban empapados. Serena temblaba un poco, con las mejillas sonrojadas. Llevaba tiempo enamorada de Ash, y por un segundo pensó que aquel momento sería perfecto para un pequeño gesto entre ellos.
—Ash… ¿me prestarías tu gorra o tu sudadera…? Solo por un rato…
Pero él no respondió. Porque te estaba mirando a ti.
Estabas de espaldas, sacudiendo el cabello mojado, riéndote por lo bajo, sin darte cuenta del frío. Entonces sentiste algo cálido sobre tus hombros. Era su sudadera. Grande, suave y tibia. Antes de que pudieras reaccionar, también se quitó su gorra y la puso sobre tu cabeza con una sonrisa tranquila.
—Vas a enfermarte si sigues así —dijo con sencillez.
Te giraste, sorprendida. Ni siquiera dejaba que Pikachu, su Pokémon, se pusiera su gorra a menos que él mismo se la colocara. La gorra te quedaba grande, y la sudadera te envolvía como una manta. Lo miraste sin saber qué decir.
—Ahora pareces una mini Ash —añadió él, divertido.