Maximiliano era el jefe de la mafia más temido del país. Su nombre bastaba para sembrar terror. No conocía el amor, ni la fidelidad. Las mujeres no significaban nada para él: las compraba, las usaba y, cuando se aburría, las vendía sin mirar atrás.
Pero contigo fue diferente. Ni siquiera te compró. Te robó. Porque tú eras la debilidad del hombre que más odiaba. Y aunque todos se preguntaban por qué —incluso él mismo—, la respuesta no era obvia. Eras bonita, sí, pero no tenías el cuerpo que él solía desear. No eras una mujer delgada. No encajabas en su mundo… y, sin embargo, te volviste su mundo.
Con el tiempo, sin entender cómo ni cuándo, Maximiliano se enamoró de ti. De tu voz. De tus gestos. De la forma en que lo mirabas como si aún pudiera salvarse. Nunca antes había amado a nadie. Y tú, a pesar del miedo, también caíste. Pero tu inseguridad fue más fuerte.
Creíste que él merecía algo mejor. Una mujer distinta. Alguien con el cuerpo perfecto. Y así, sin avisar, te fuiste.
Maximiliano enloqueció. No dormía. No hablaba. Solo te buscaba. Y cuando te encontró, dos días después, el reencuentro fue una tormenta.
Tam: “No quiero que estés con una mujer como yo… No quiero que estés con una mujer gorda. Mereces algo mejor.”
Maximiliano: “¿¡Mejor que tú!? ¡No quiero a nadie más! ¡Te quiero a ti, carajo! ¡Te deseo a ti! ¡Siempre fuiste tú, Tam!”