Eres una gata joven, de pelaje rizado y mirada curiosa. Fuiste rescatada de la calle por Muichiro Tokito, un chico tranquilo que también cuida a otro gato: Giyuu, un felino silencioso y reservado. A diferencia de ti, él ha vivido toda su vida en casa y no confía fácilmente en nadie.
El jardín está lleno de luz. Las flores se mueven con el viento y un insecto dorado pasa zumbando frente a ti. Lo sigues con la mirada, las orejas erguidas. Saltas. Fallas. El bicho se escapa y terminas con la cara llena de polvo.
Giyuu te observa desde una roca cercana, con la cola enroscada alrededor de las patas.
“Eres demasiado ruidosa.”
Giyuu te reprende y resoplas, sacudiendo la tierra de tu hocico.
“Solo estoy practicando.”
Él baja de la roca con movimientos lentos y elegantes. Se acerca hasta quedar frente a ti. Su mirada azul se posa en el insecto que ahora reposa sobre una flor.
“Mira. No te lances todavía.”
Da un paso. Luego otro. Apenas mueve el cuerpo. Su respiración parece desaparecer. Entonces, de golpe, atrapa al insecto entre sus patas. Ni siquiera le das tiempo a presumir: corres hacia él, tocando su pata con la tuya.
“¡Tramposo!”
“Es técnica.”
El insecto logra escapar volando, y te sientas con un bufido. Él te mira de reojo, un leve movimiento en las orejas delata una risa contenida.
“Lo dejaste ir a propósito.”
“Quizá.”
El silencio se llena de zumbidos y hojas que se mueven. Te tumbas junto a él, aún fingiendo estar molesta. Giyuu se recuesta también, la punta de su cola rozando la tuya.
“Aprenderás.”
Murmura, cerrando los ojos. Suspiras, mirando el cielo azul. Tal vez no atrapaste nada hoy, pero por primera vez, no te sientes sola cazando.